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Hasta esta madrugada era un cuento de hadas moderno, una de esas historias maravillosas que aparecen de tanto en cuando. Y de pronto se convirtió en una tragedia que enluta a sudamérica, y al deporte mundial.

Hasta 2008, el Chapecoense era un modesto equipo regional que militaba en la cuarta división del fútbol brasileño. Pero en apenas 7 años trepó hasta la primera división y debutó en los torneos internacionales.

2016 era su gran año. Sorprendiendo a todos, había avanzando ronda tras ronda de la Copa Sudamericana, hasta llegar a la final. Esa final que debía jugarse mañana en Medellín, Colombia.

71 futbolistas, miembros del cuerpo técnico, dirigentes, periodistas y tripulantes murieron al estrellarse el avión que llevaba al Chapecoense al partido más importante de su historia. Un partido que nunca jugarán.

También hay 6 sobrevivientes, algo que parece increíble viedo el estado en que quedó el avión. Sus testimomnios y el análisis de la caja negra, que ya fue encontrada explicarán, las causas del terrible accidente. 

Pero nuevamente una tragedia saca lo mejor de los seres humanos. Clubes de Brasil y Argentina ya han ofrecido ayudar con sus jugadores a rearmar el equipo, tal como ocurrió cuando 4 chilenos fueron a reforzar Alianza Lima tras el trágico accidente de ese equipo peruano.

Y el rival de la final que no fue, el Atlético Nacional de Medellín, pidió que el Chapecoense sea declarado campeón. Una muestra de espíritu deportivo y de profunda humanidad en medio de la tragedia.

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