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El racismo se tomó las redes sociales esta semana, con proclamas xenófobas y delirantes teorías de la conspiración sobre los migrantes haitianos. La respuesta inmediata de muchos ha sido de completo rechazo. Argumentos sobran: la inmigración rejuvenece a los países, enriquece  su cultura y aporta al desarrollo.

Bien lo sabemos en Chile, donde en su momento la llegada de palestinos, judíos, coreanos, alemanes, franceses, italianos, yugoslavos, peruanos y tantos otros también fue resistida por razones muy parecidos a los que se escuchan hoy: que son de otra raza o religión, que no hablan el idioma o tienen costumbres diferentes. Hoy esos argumentos suenan ridículos, y la contribución de esas colonias a nuestro país es indudable.

Los datos también desmienten los discursos económicos catastrofistas. El Estado destina 207 millones de dólares anuales a gastos relacionados con los inmigrantes. Pues bien, en ese mismo período, los extranjeros pagan al Fisco, sólo en impuesto a la renta más del doble: 490 millones de dólares, sin contar sus pagos en IVA y otros tributos.

La inmigarción es beneficiosa, pero eso tampoco puede hacernos cerrar los ojos sobre los desafíos que impone la rápida llegada de inmigrantes.  Es evidente que en el corto plazo hay resistencia cultural, impacto en ciertas  comunas o servicios públicos, y en determinados grupos de trabajadores. Por eso es necesario aplicar políticas para integrar a los recién llegados, fortalecer servicios colapsados y apoyar a los grupos que sufren en el mercado laboral.

La xenofobia no se frena sólo con palabras bonitas y discursos de buena onda. Tampoco tratando de racista a cualquiera que alerte sobre los desafíos que efectivamente presenta la inmigración. Hay aprensiones y temores que son legítimos y que corresponde a las autoridades responder con políticas serias.  Ese es el mejor remedio contra el racismo.

 

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