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(Análisis de Chris Cillizza, editor colaborador de CNN) – Donald Trump ha dicho muchas cosas polémicas desde que comenzó su carrera hacia la presidencia de Estados Unidos hace casi tres años. Pero, algo que señaló el pasado fin de semana durante una fiesta para recoger fondos en su resort privado Mar-a-Lago– me impactó particularmente por lo peligroso.

Cuando habló sobre el presidente de China Xi Jinping –quien encabezó el proyecto para derogar la ley que imponía límites al número de mandatos en el país el mes pasado– Trump dijo lo siguiente: “Él ahora es Presidente de por vida. Presidente de por vida. No, él es genial. Y miren, él fue capaz de hacerlo. Creo que es grandioso. Tal vez tengamos que darle una oportunidad a eso algún día”.

No tengo totalmente claro si Trump estaba medio bromeando o no. Su discurso fue a puerta cerrada. (CNN obtuvo una grabación de sus palabras). Y, en la noticia sobre los comentarios que hizo, Kevin Liptak de CNN destacó que fueron “animados, extensos y salpicados de bromas y risas”. Sin embargo, no es obvio –al menos para mí– que él estuviera bromeando sobre el poder de Xi. Porque, bueno, es casi seguro que no.

En este punto de la presidencia, para nadie es un secreto que Trump es alguien que tiende a acumular elogios para los dictadores autoritarios. Los líderes de Turquía, Tailandia y Egipto han recibido sus aplausos. Y luego está, por supuesto, el presidente de Rusia Vladimir Putin, a quien el mandatario estadounidense ha tratado cuidadosamente, incluso cuando la comunidad de inteligencia del país confirmó unánimemente que Rusia estaba detrás de un elaborado intento por entrometerse en las elecciones de 2016.

A lo largo de su vida en la política y los negocios, Trump generalmente se ha adherido a la visión del mundo bajo “la ley del más fuerte”. Desde instar en sus mítines de campaña a los asistentes a “darles una paliza” a los manifestantes hasta centrarse en la necesidad de que Estados Unidos sea más temido que amado en todo el mundo, Trump está demostrando que su teoría de gobierno se centra en tomar todo lo que puedas hasta que alguien más te detenga.

Y es esa manera de entender las cosas lo que hace aún más escalofriante el pensamiento de Trump acerca de Xi. Aquí está la parte clave: “Y miren, él fue capaz de hacerlo. Creo que es grandioso”. “Él fue capaz de hacerlo”. La pregunta moral –¿debería permitírsele a la persona más poderosa de un país decidir cuánto tiempo gobernará?– se pierde totalmente en Trump. Lo único que importa es que Xi logró hacerlo realidad. Y si fue capaz de alcanzarlo, eso lo hace correcto en el mundo del hoy presidente de EE.UU.

En un nivel micro, la voluntad de Trump de “darle una oportunidad a eso algún día” –eso siendo una presidencia vitalicia– debería resultar muy preocupante para cualquier fanático de la democracia. Después de todo, hay una razón por la que existe la Enmienda 22 en la Constitución de Estados Unidos. No es para proteger al director ejecutivo: es para proteger a la gente. Para asegurarse de que la persona más poderosa del país, además de estar sujeta a una evaluación de desempeño tras cuatro años –un pequeño ejercicio llamado “elección”–, no pueda estar más de ocho años en el cargo, sin importar cuán querida sea o cuántas cosas más quiera hacer.

En un nivel macro, los elogios de Trump a Xi y su interés por la decisión acerca los límites de en los mandatos va de la mano con una falta de preocupación más amplia frente a la idea del presidente como líder moral.

La reacción que tuvo Trump frente a los disturbios raciales en Charlottesville, Virginia, el verano pasado son el principal ejemplo del vacío moral en esta Casa Blanca. En la misa línea, la decisión del presidente de respaldar la campaña al Senado de Roy Moore en medio de una serie de acusaciones en su contra por comportamiento sexual inapropiado fue otra evidencia. Y ahora, esto.

La redefinición que Trump está haciendo de la presidencia incluye todo tipo de formas y formas. Algunos son buenos moldes para romper. Otros tienen poco impacto a largo plazo.

Pero la voluntad de Trump de comprometerse en el relativismo moral y alimentar la idea de que hay que tomar tanto como se pueda hasta que alguien más fuerte lo detenga, es el tipo de cosas que probablemente resonarán mucho más allá de sus cuatro u ocho años en el cargo. Y no en el buen sentido.

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